Por: Juan Ángel Chávez Ramírez
Quienes tienen el inigualable privilegio de bucear por los profundos intríngulis de la política y del quehacer de los políticos, se convierten en depositarios de una parte esencial de la historia cotidiana de la comunidad en que se desenvuelven, porque atesoran hechos y circunstancias, palabras y gestos que constituyen el relato de las acciones y pasiones de los hombres, pero también perfilan mitos y leyendas en los que la gente prefiere creer, en la medida que ofrecen mayor cercanía con su intuición personal sobre los sentimientos y la realidad humana de esos personajes, elevando la fantasía de “lo que pudo haber sido” al grado de incorruptible verdad.
En eso consistió el oficio esencial de periodista y crítico ejercido por Mariano Alvarado Martínez. En tomar contacto con ese multiforme y cambiante conjunto de realidades de Durango para, después de sistematizar y procesar, asimilar y matizar con su propio y personal talento, devolverlas al lector transformadas en propuestas sugerentes, mordacidades corrosivas, ironías irreverentes o en humor inteligente y revolucionario, que el pueblo hizo suyos y los transmitió como elementos de una cultura política imperfecta y precaria, pero popular y genuina.
Mariano Alvarado cumplió hasta el último día de su vida un compromiso vital con sus lectores y con Durango, pero creo que en el fondo Mariano Alvarado se cumplió a sí mismo, asumiéndose como un periodista profesional, auténtico y valeroso, de los que lamentablemente hoy escasean en nuestro terruño.
Mucho se puede decir de Mariano y de su trayectoria en la columna política. Quienes conocimos la fresca picardía de “Tecla Veloz” y la humorística trepidante de “A Pleno Sol” o las irónicas conclusiones que se obtenían de los silogismos incongruentes y burlones de “Pura Coincidencia”, pudimos advertir en Mariano Alvarado Martínez la presencia de un estilo único en nuestro medio para practicar la crítica social y el análisis político desde una perspectiva sencilla y anti solemne, inteligente e ingeniosa, elegante y valerosa, pero siempre construida a partir de informaciones sólidas y hechos concretos, que dieron a sus “tips” consistencia y veracidad y que fueron sustentos de su influencia periodística y del respeto popular de los duranguenses a su oficio.
De alguna manera la irrupción de Mariano en el panorama periodístico duranguense rescató y robusteció un espacio fundamental que Antonio Norman Fuentes había conquistado en el pasado, para una libertad de expresión más enérgica y combativa, que no sólo no se mostraba complaciente con los desvíos del poder público y la sociedad locales, sino que los fustigaba y desafiaba con ironías punzantes y finas.
Recuerdo un largo poema jocoso de Norman Fuentes, publicado en 1970, que hacía referencia crítica a ciertos hechos del movimiento estudiantil que se produjo ese año en contra del entonces Gobernador del Estado y que iniciaba más o menos así: “No sé qué tengo en los ojos que puros Órnelas veo”, en clara referencia al apellido de Carlos Ornelas, uno de los dirigentes visibles del movimiento, pero en oblicua alusión, también, al carácter timorato y temeroso que mostraron algunos colaboradores del Ejecutivo en el prolongado conflicto, utilizando la conocida marca de unos habanos y su connotación sicalíptica.
“Anecdoteando y caminado pa’ que no se haga charco”, como tituló Mariano a una de sus publicaciones, es de suyo una más de las chispeantes formas que Alvarado Martínez se inventó para despojar a la reflexión profunda del halo repelente de la grandilocuencia y la retórica.
Mariano bautizó esta compilación de sucesos y experiencias utilizando una paráfrasis del famoso dicho mexicano que reza: “Andando y meando pa’ no hacer charco”, respuesta imperativa y jocunda que ofrecemos a las actitudes contemplativas y que oponemos a los indecisos para indicar que es tiempo de pasar de las palabras a los hechos.
Aquí, sin embargo, el autor implicaba un sentido positivo en la paráfrasis: al sistematizar y armonizar sus anécdotas, al ofrecerlas al público, Mariano Alvarado estaba pasando a la acción y no solo eso, sino que lo hacía para provocar que otros también dijeran su verdad y mostraran su riqueza vivencial para hacer, como dijera Machado: “camino al andar”.
Ahora que Mariano ha sido llamado a otro plano, nos quedan sus columnas como un caleidoscopio de trozos y trazos de la vida colectiva de los duranguenses, de pinceladas de humor y comicidad, de momentos congelados en el tiempo y en la dimensión de la leyenda, que ojalá se conserven para refrescar la memoria esencial de nuestra comunidad.
La contribución de Mariano Alvarado a la microhistoria política del Durango de la segunda mitad del siglo XX es en realidad una crónica viva y cálida de pasajes que, en su momento, han alegrado la pesada cotidianeidad que llevamos a cuestas, y que solo se aligera con la contribución genial de aquéllos que, como Mariano, utilizaron en vida la inteligencia y la ironía como instrumentos superiores para revelarse contra la inercia y la mediocridad.
Las anécdotas de Mariano nos llevan a la melancólica nostalgia de muchos modos de ser y de vivir que ya no son, pero nos trae, también, el recuerdo divertido de fragmentos existenciales portadores de una sabiduría secular, perteneciente a un pueblo que ve las cosas como son y que las llama por su nombre.
Descanse en paz el ilustre sanjuanero.
Juan Ángel Chávez Ramírez