La Duda
Por Alejandro Álvarez Manilla
Con 61 votos a favor y solo uno en contra, el Congreso de la Ciudad de México ha aprobado un dictamen que permite las corridas de toros, pero sin violencia. La pregunta es inevitable: ¿es esto realmente posible?
La tauromaquia, por definición, implica la lidia del toro, un enfrentamiento donde el animal es herido hasta la muerte.
Sin sangre ni sufrimiento, ¿seguirá siendo una corrida de toros o será un espectáculo distinto? No me queda duda de que esta propuesta busca conciliar dos posturas irreconciliables: la tradición taurina y la creciente conciencia sobre el bienestar animal.
Los defensores de esta reforma la presentan como un punto medio, una forma de preservar la “fiesta brava” sin crueldad.
Pero los críticos advierten que la tauromaquia sin violencia es un oxímoron, una contradicción en sí misma.
Si la intención es eliminar el maltrato, ¿no sería más lógico prohibir completamente estos eventos? Y si lo que se quiere es mantener la tradición, ¿qué sentido tiene quitarle su esencia?
El debate no es menor. En un país donde la violencia es una crisis diaria, donde la inseguridad y la impunidad golpean a miles, resulta paradójico que el Congreso se enfoque en erradicar la violencia en un espectáculo antes que en las calles.
No me queda duda de que cualquier avance en el respeto a los animales es positivo, pero también es claro que hay prioridades urgentes que siguen sin resolverse.
El tiempo dirá si este modelo de corridas sin violencia es viable o si terminará siendo solo una simulación.
Lo cierto es que, con o sin sangre, la tauromaquia enfrenta una transformación inevitable. Y ahí está la verdadera duda: ¿se adapta o se extingue?
