Es común a cierta altura del año que circule en el ámbito escolar – familiar la palabra aplazado/a, más si resulta casual que faltando menos de un mes esté al concluir el año lectivo escolar, algunos de sus familiares –, haya estudiantes que estén cercanos de perder sus estudios.
En el medio familiar, hablar de aplazado resulta algo así como una especie de detonante de algo malo, casi en la categoría de pecado, y como respuesta de ello vendrá un castigo insalvable, que posiblemente al afectado no le permitan “ni ver la luz” hasta que la “junta directiva” se acuerde.
¿Será adecuada la medida? Todo dependerá del seguimiento – de forma sistemática – realizado por papá o mamá al comportamiento de su hijo o hija en la escuela, no solo en lo académico sino también en su conducta, en su comportamiento como individuo, en las actividades deportivas y otras extraescolares, etc. Si usted estimado familiar es el que opta por expresar, al menos “hacia dentro”: ¡saca 60, pero, aunque sea con las completas pasa!, posiblemente el resultado negativo de él o ella, sea de su entera responsabilidad.
¿Qué puede interpretarse de una persona adulta que hable o piense de ese modo?
¿Conformista? ¿Qué las cosas “les resbalen” y que simplemente el chavalo, haga lo que pueda y que vaya pasando “al suave”? Y ojo, nada de esto, debe ligarse a la pobreza. Muchos son los casos, miles de madres y padres de escasos recursos, que inclusive nunca tuvieron la posibilidad de pisar la entrada de una escuela y se buscan la vida humildemente, decentemente, con su ropa sencilla, humilde, asisten periódicamente a las reuniones ordinarias que cita el centro y aunque mucho entienda de Geografía o Historia, menos de Matemática van, escuchan al profesor o profesora de su hijo, donde confían en esa persona casi como un Dios, porque es el o la que les enseña “cosas buenas” a sus hijos.
La situación del estudiante puede verse aún más agravada, si el o la “responsable” de velar por la formación de su hijo, de forma irracional y sin haber mediado nunca palabras culpa al docente, como si este fuese el portador y a la vez el causante – verdugo del fracaso escolar.
Sería muy grave que el docente ante esta situación no tome una posición constructiva en el tema, lo cual de hacerlo se convertiría en cómplice del silencio, con el cual reduciría la posibilidad en el estudiante de reparar la frustración de quedar aplazado.
¿Y todo lo anterior significa, que ya no queda nada por hacer? Los maestros debemos quedar claro, que estos hechos no surgen de la ficción, que son reales, que están ahí al alcance de nuestra mano y por tanto debemos resolverlos de forma conjunta. ¿Principales entendedores?
La familia del estudiante, por lo que deberá construirse en el hogar una matriz de sostén y contención que lo ayude a entender a todos que esta crisis como tantas otras que enfrentará son parte de la vida y que siempre se podrá salir de estos escollos, siempre y cuando atajemos a tiempo los problemas.