Por: Ernesto González Valdés
Siempre que llego de visita a casa de mi madre, en la medida que el trabajo me lo permita (lo cual no quita el poderle llamar por teléfono gracias al invento del celular), cuando entro a la casa donde nací, donde me crié, siempre me vienen los recuerdos de la infancia (uhhh!, en señal de hace tiempo), pero también de los tíos, los primos, la abuela, el abuelo (q.ep.d.) y ahí no más – mientras la abuela teje, no se para quien, porque por lo visto ya no se avizora ningún nuevo tataranieto, parecida a Penélope a la espera de Ulises mientras peleaba en Troya, volviendo a tejer y a destejer, a la par de balancearse en su sillón que nadie, absolutamente nadie puede tocar y que todos fielmente respetan -, la doña me recibe con un beso y un fuerte abrazo, pasando a la ronda de preguntas tradicionales, de cómo están por la casa, su nuera, sus nietos, el trabajo, en fin queriéndose actualizar, pero que en muchas ocasiones no es la primera vez que pregunta.
¿Cansancio, señal de acumulación de años que no pasan en vano y cuya acumulación le hace olvidar algunos pasajes de su vida? Cuando me fijo en un cuadro en cuya foto con tonalidades que oscilan entre un grisáceo – café aparece ella, demostrando su belleza de aquel entonces y porque tantos “enamorados” los cuales eran ahuyentados por el abuelo.
Imagen que nos da un sentido de comparación, de cómo el tiempo es imperdonable y lo que hoy es un cabello blanco, ayer fue negro brillante; lo que ayer fue una piel lisa, suave, hoy es cuarteada y áspera. La otra conversación que no suele faltar, es contarme – algo que cae en el plano del humor negro, pero que también es una cruda realidad – quienes van muriendo poco a poco, “¿…sabes quien se murió? ¡No, mamá!, le respondo. Continua ella, “… te acuerdas de…”, “Sí, aquella señora que…, falleció hace dos semanas”, “y… el señor de la pulpería, sí Don…” Estos cuentos a veces llegan a preocuparme, si realmente ¿quiere ella ponerme al día de cómo se comportan las cosas en el barrio?, o ¿si realmente le tiene miedo a la muerte, porque la vida, los años, se le van acabando?
La idea de pensar uno, usted, en lo anterior resulta algo complejo, inclusive hasta cierto punto tétrico, no en el sentido mismo de tener conciencia de que algún día no estaremos, como ley de la vida, sino el deseo de vivir y seguir compartiendo con los seres queridos, querer que la escuchen con los consejos de antaño, de otra época, que pueden resultar a veces chocantes, contradictorios, más cuando uno de los nietos expresa: “… mamá lo que dice la “abue”, no responde a esta época, eso era en los tiempos de antes” y uno ahí no más como respuesta, se lleva el dedo a la boca en señal de silencio, acercándonos al oído del chigüín e indicándole: “… respeta a la abuela”.
La vida tiene momentos felices y otros amargos, duros. ¿Qué hacer entonces? Nada, simplemente evidenciar que se le sigue queriendo, darle un beso en la mejilla, y reiterarle siempre: “… doña señora, cambiemos de tema, deje de hablar boberías y probemos esa rica sopa de …, que solo usted sabe hacer”