Por: Ernesto González Valdés
Mamá, ¡yo quiero tener una hermanita! Es adecuado que un niño a la edad de 4 o 5 años y no tenga ningún hermano, solicite a la “cigüeña” que le traigan a alguien con quien jugar, a quien atender: un nuevo miembro de la familia, su hermanita. Pero, ¿Por qué del sexo contrario? Me atrevería a asegurar que él, no querría perder su status de hermano “mayor”. Sin embargo, casi unos tres de años después, la alegría de la “parejita” da un giro de 180o producto del establecimiento de pleitos constantes intra – hermanos/as.
Llegan los padres de trabajar (ambos agotados), la empleada se acaba de retirar, se acerca la hora de la cena y de pronto: “Aaaaahhhhhhhhhhh!!!, grito espeluznante procedente de uno de los cuartos, acompañado de una frase entrecortada: “Robertito, me…, me tiró mi muñeca, y me dio en la cara…!” Inmediatamente detrás, y con una cara de “yo no fui” aparece el chigüín que no levanta unas 3 varas de piso, y expresa: ¡ma… yo quero jugar con la muñe de mi herma…! En las relaciones entre hermanos/as se producen un cúmulo de sentimientos que van del amor al odio y que se manifiestan con abrazos, mordiscos, besos, empujones, caricias o insultos.
Las discusiones son naturales y frecuentes en las relaciones entre hermanos, pero cuando tienen lugar, a los padres suelen alterarnos sobremanera. Nosotros desearíamos que nuestros hijos fueran siempre amables entre ellos. Pero debemos aceptar que la hostilidad es algo normal en su interacción, si no, recordemos cómo nos llevábamos con nuestros hermanos cuando éramos pequeños o cómo se llevaba ese amigo que teníamos con los suyos.
Ser hijo único significa poseer toda la atención de los padres. Pero, ¿qué pasa cuando uno deja de serlo y llega el hermanito? Es muy probable que aparezcan los celos, debido a la nueva situación: la atención y el afecto de sus papás no irán dirigidos exclusivamente hacia el hijo único, sino que deberán ser compartidos con su hermano.
Independientemente de la circunstancia que motive la discusión entre nuestros hijos, es imprescindible que nosotros, los padres, nos mantengamos al margen, es decir, que no nos pongamos de parte de uno o del otro (da igual quién consideremos que es el responsable).
¿A qué pueden ser debidos estos conflictos? Llamar la atención: las peleas entre nuestros hijos suelen estar motivadas por el deseo que poseen de ser los más queridos y los mejor atendidos por nosotros, y de recibir un trato especial. Cuando nuestros hijos son mayores, ignoraremos todas las peleas que no supongan un peligro físico y les prestaremos atención cuando jueguen juntos tranquilamente. En el caso de que exista agresividad física, los separaremos y, sin hablar ni discutir con ellos, los enviaremos a lugares diferentes dentro de la casa para que se calmen y reflexionen.
Las peleas entre hermanos son muy frecuentes y normales durante la infancia y la adolescencia. Además, estas discusiones continuadas no impiden que sean grandes amigos cuando sean mayores. No obstante, los padres podemos colaborar (con paciencia y constancia) para que estas pequeñas guerras disminuyan y en casa se cree un ambiente más agradable y cordial.