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Por; Ernesto González Valdés
La primera vez que me dijeron que yo era una persona work alcoholic, lo cual me conllevo en mi cerebro a una traducción inmediata, ya que me parecía ofensivo al menos en lo del alcoholic (alcohólico), cuando no lo era – abstemio 100 % – y en el caso de work (trabajo), lo que la “suma” o combinación de ambas palabras, me conllevaban al nombre de este artículo.
Luego la persona que me lo dijo cuando nos conocimos y tuvimos la “química” suficiente para trabajar juntos durante 12 años, de manera armónica, respetuosa, complementaría, prácticamente resultaba una alabanza.
¿Motivos que conllevaron, a la calificación? Dedicar mucho tiempo, considero más que el necesario, a mi trabajo. Cometía el error personal de sopesar que, sino estaba ahí, además de tratar de ser lo necesariamente previsorio (que según el diccionario R.A.E. incluye previsión, prudencia y sensatez), obviamente con determinados márgenes de error siempre impredecibles, el accionar de la institución se detendría inexorablemente.
Consideraba – que al comenzar las clases a las 7 am – yo debía estar antes, previo a que iniciarán los “problemas”, de aquí que saliese a más tardar de la casa a las 5:45 am llegando a la oficina a eso de las 6:00 – 6:15 am y 5 minutos después recorría pasillos (en muchas ocasiones mi reloj a través de una aplicación me felicitaba por caminar en un día hasta 10,000 pasos, equivalentes a 8 – 10 km) lo que me venía como “anillo al dedo” para ejercitar las extremidades inferiores.
Después “me refugiaba” en la computadora avizorando algún correo, mensaje de la noche anterior, además de revisar en la agenda que teníamos para “hoy”, además de lo que quedaba del resto de la semana o de la próxima.
El resto del personal administrativo – académico, entraban dos horas después los cuales, al ubicarse en sus computadoras, eran “bombardeados” por un sinnúmero de correos – la mayoría míos – con orientaciones, solicitudes, agendas de reuniones, etc.
Vorágine que fue disminuyendo – con el paso del tiempo – dada sugerencias o recomendaciones y hasta bromas, las que formaban parte de la dinámica cuando celebrábamos los cumpleaños de alguno de los integrantes de mi equipo de trabajo, que “bajara el gas”, en señal de hacer lo mismo, pero “bajando la intensidad”.
Esto que relato era a lo interno; en lo externo, en una ocasión vinieron administrativos – académicos de una universidad centroamericana a conocer la aplicación o plataforma, con la cual, se planificaba y controlaba el desarrollo de la docencia a nivel institucional. Tras la exposición el rector visitante, me preguntó: ¿…y usted a que hora va a su casa?, interrogante que me estremeció por completo.
La respuesta primera fue una sonrisa de agradecimiento; lo segundo fue una reflexión que lo asumía como sentirme bien con lo que hacía, a la vez responsabilidad y hacer que las cosas funcionaran casi a la perfección. De no ser así, no sería yo.
Aparejado al trabajo, lograba la estabilidad, me permitía el poder garantizar los estudios de mi hija, darnos en la familia algún que otro gusto (como parte de la sociedad de consumo)
La interrogante es ¿valió la pena? Aclaro, no fue solo en los últimos doce años, sino en los 46 años de trabajo – siempre en el campo (privilegiado) de la educación -, en diferentes escenarios, países y responsabilidades. He considerado siempre que el planeta Tierra está hecho para los más avezados, los que se sacrifican (inclusive a costa de la familia), los que se superan de forma continua, los que no se detienen ante retos o metas, los que tratan de hacer un bien.
¿Me equivoco o equivoqué?