lunes, abril 21, 2025

El último pastor del sur

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La Duda
Por Alejandro Álvarez Manilla

El Papa Francisco ha muerto. Jorge Mario Bergoglio, el primer pontífice latinoamericano, jesuita y austero, falleció este 21 de abril en Roma a los 88 años. Su muerte no solo cierra un ciclo en el Vaticano, también marca el fin de una etapa en la historia de la Iglesia: una que, por primera vez, dirigió la mirada hacia el sur global no como misión, sino como origen.

Cuando apareció en el balcón de San Pedro en 2013, con una sotana sencilla y un “buona sera” apenas susurrado, muchos intuyeron que no sería un Papa tradicional. Y no lo fue. Francisco habló de migrantes cuando Europa quería cerrarse.

Habló de pobreza mientras los mercados globales festejaban récords bursátiles. Habló del cambio climático mientras los gobiernos hacían promesas huecas. Y sobre todo, habló con la voz de quien conoce la periferia, no desde la estadística, sino desde la calle.

Fue incómodo. Para la curia romana, para los gobiernos, para los católicos más conservadores y para los más progresistas también. No encajó en las etiquetas.

Fue demasiado político para algunos, demasiado prudente para otros. Un líder que entendía que la fe, si no incomoda al poder, corre el riesgo de volverse ornamento.

En América Latina, su elección despertó una euforia legítima: por fin, Roma hablaba con acento de este lado del mundo. Pero el fervor se fue matizando con los años.

Bergoglio no respaldó de forma automática a los gobiernos de izquierda, tampoco avaló las causas populares sin matices. Nunca jugó para ningún lado, aunque a todos les habló claro. La política —como la fe— necesita de verdades, no de adulaciones.

En México, su legado es ambiguo. Denunció la violencia del narco, se reunió con víctimas, habló del dolor de las madres buscadoras y del abandono de los pueblos originarios.

Pero también fue cauto con la jerarquía local, muchas veces señalada por su inmovilidad y su cercanía con el poder político. Francisco prefirió la diplomacia pastoral al enfrentamiento público.

Con su muerte, la Iglesia entra en una nueva fase. El papado que vino del sur, que usó zapatos gastados y vivió en una casa de huéspedes, deja una huella que va más allá del dogma. Un liderazgo más humano que celestial, más terrenal que pontificio.

Pero la duda de fondo es otra: ¿hay lugar hoy para una figura con autoridad moral en un mundo que desconfía, por sistema, de toda forma de poder?

¿Puede alguien hablar de valores sin ser tildado de ingenuo, o de intereses sin ser tachado de cínico?

Francisco intentó ese equilibrio. No lo logró del todo. Quizá porque nadie puede. Pero su esfuerzo deja una certeza: todavía hay líderes que creen que el poder debe servir, no imponerse.

Que la verdad no grita, susurra. Y que a veces, la mayor revolución es caminar despacio, pero con convicción.

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