San Salvador. – Bajo la política de “mano dura” y reinserción implementada por el gobierno de Nayib Bukele, los centros penitenciarios de El Salvador se han transformado en espacios de producción masiva, donde miles de internos participan activamente en la elaboración de bienes y servicios que antes eran impensables dentro de una prisión.

Actualmente, privados de libertad confeccionan uniformes, calzado y artículos de uso común, además de participar en labores de pintura y mantenimiento, generando un sistema de autogestión que busca reducir costos al Estado y, al mismo tiempo, ofrecer actividades productivas a los reclusos.
Uno de los aspectos más llamativos de esta estrategia ha sido la creación de una orquesta sinfónica conformada por internos, la cual simboliza un giro radical en la imagen de los centros penitenciarios, tradicionalmente asociados con hacinamiento y violencia. Este proyecto, de acuerdo con las autoridades, pretende mostrar que la disciplina y el talento pueden canalizarse hacia expresiones artísticas, incluso en entornos de máxima seguridad.

El gobierno salvadoreño ha defendido que estas acciones no solo alivian la carga económica, sino que también aportan a la reinserción social, al mantener ocupados a los internos y dotarlos de habilidades útiles para cuando recuperen su libertad.
La iniciativa, sin embargo, no ha estado exenta de críticas por parte de organismos internacionales que cuestionan las condiciones bajo las que se desarrolla el programa penitenciario y el control estricto que ejerce el Estado sobre la población carcelaria.
Con estas medidas, Bukele refuerza su narrativa de seguridad y disciplina, consolidando la idea de que las cárceles pueden dejar de ser un gasto y convertirse en un motor de productividad y, en algunos casos, de cultura.