Por: Ernesto González Valdés
Si bien una incompatibilidad de caracteres – causa común, la más frecuente y tradicional, para disolver una relación matrimonial – las primeras consecuencias de una ruptura son generalmente peores de lo que la pareja se espera cuando toma la decisión de la separación.
Tanto la felicidad, como la autoestima, como el estado financiero se ven profundamente afectados. El daño es mayor aún si se llegaron a compartir diferentes compromisos (propiedades, amistades y, sobre todo, hijos) y el nivel de intimidad era muy alto. Este mayor malestar al esperado se debe a dos motivos principalmente.
El paso del tiempo crea una dependencia emocional entre las dos personas que integran una pareja de la que ni siquiera son conscientes, por lo menos hasta el grado en el que llegan a serlo después de la separación. En el caso de una ruptura traumática deben enfrentarse al rechazo, mientras que, si ésta ha sido amistosa, surgen los sentimientos de arrepentimiento y las dudas. Esa corriente emocional persiste por muy desagradable que haya sido la relación.
¿Existe acaso diferencia, en cuanto a sentimientos, entre las personas casadas oficialmente y los que son parejas, sin papeles, o sin estar casados? Dar fin a una relación íntima es doloroso, en cualquier caso, pero está demostrado que el hacerlo antes de llevarse a cabo el matrimonio es menos problemático.
Las parejas que rompen y no están casadas tienen una serie de características frente a las que permanecen juntas: presentan más diferencias en sus aspiraciones educativas, en su edad, inteligencia y atractivo físico, además una de las partes tendía a estar más enamorada de la otra frente a el mayor equilibrio existente en las parejas que permanecían juntas.
Una fuente de problemas que puede detonar la ruptura es la diferencia respecto a los planes para el futuro (cambiar de vivienda, dónde pasar las vacaciones…). En este tipo de relaciones el deseo de ruptura casi nunca es mutuo y suelen tomarlo las mujeres, que son más capaces de tomar esta decisión, aunque sean la parte más comprometida y que también aceptan mejor las ser rechazadas por sus parejas cuando éstas lo hacen. Su mayor aprendizaje en el terreno emocional puede que sea la causa de estar más preparadas para este tipo de dificultades.
¿Y cuándo el matrimonio lleva muchos años? El divorcio provoca una gran confusión. La situación financiera ha de cambiar, la residencia también (al menos para uno de ellos), se ha de acordar cómo se solucionará el problema de la potestad de los hijos en el caso en que se tengan…etc.
Por eso el año posterior al divorcio es el de mayor declive emocional tanto para los padres como para los hijos. También en este tipo de relaciones son las mujeres las que más toman la iniciativa para la ruptura. Debe quedar claro, que, si bien los hijos son los más afectados emocional, inclusive psíquicamente, para la pareja cuya relación se diluye, también constituirá para una experiencia nada agradable, diría una derrota nada pírrica.
Luego habrá que pensar con mucha antelación, que, si las cosas no van marchando bien, donde estarán los posibles errores de ambos, con tal de solventarlos a tiempo.