LA DUDA
Por Alejandro Álvarez Manilla
La entrega de los Globos de Oro 2025 coronaron a Emilia Pérez con cuatro de sus premios más codiciados: Mejor Película Musical o de Comedia, Mejor Película de Habla No inglesa, Mejor Actriz de Reparto y Mejor Banda Sonora.
Sin embargo, su éxito en la crítica internacional contrasta con las reacciones en México, donde la cinta ha encendido un debate complejo: ¿qué tan legítima es una historia sobre el narcotráfico mexicano que recurre a clichés y superficialidades?
La película, dirigida por el francés Jacques Audiard, trata la transición de género de un capo del narcotráfico como eje narrativo. El protagonismo de Karla Sofía Gascón, quien interpreta a Emilia Pérez, es un hito para la comunidad trans: por primera vez, una actriz trans lidera un proyecto con esta magnitud de reconocimiento.
No me queda la menor duda de que esto representa un avance importante en términos de inclusión.
Sin embargo, el logro no está exento de críticas.
En México, el debate no gira en torno a la inclusión, sino a cómo la película trata de manera frívola y superficial temas delicados como las desapariciones forzadas, la corrupción y la violencia.
La trama intenta redimir a un criminal a través de su transición de género, pero lo hace con un guion que parece más preocupado por cumplir con los estándares del mercado global que por abordar de manera seria una de las crisis humanitarias más profundas de la región.
Uno de los mayores cuestionamientos recae en cómo Audiard eligió abordar el tema del narcotráfico. En entrevistas, el director admitió que no investigó a profundidad y que lo que sabía del tema “ya era suficiente”. Tengo dudas, muchas dudas, sobre cómo alguien puede hablar de una realidad tan compleja sin esforzarse por entenderla.
Esta declaración refleja una desconexión preocupante con la gravedad del problema: México enfrenta más de 100,000 personas desaparecidas a causa de la violencia, una cifra que sigue creciendo sin soluciones claras ni justicia para las víctimas.
El cine tiene la libertad de ser ficción, pero la ligereza con la que Emilia Pérez utiliza estas tragedias como telón de fondo genera incomodidad. Como señaló el crítico Luis Pablo Beauregard, el problema no es que sea un musical, sino que trivializa la crisis de violencia sin el mínimo de responsabilidad.
A esto se suma el hecho de que la película fue rodada casi en su totalidad en Francia, relegando a México a unas pocas tomas de paisaje. Con excepción de Adriana Paz, el elenco mexicano es prácticamente inexistente.
No me queda duda de que esta decisión refuerza la percepción de que la película representa una visión lejana y superficial de una realidad que no le pertenece.
El casting también generó polémica. Selena Gomez, quien tiene raíces mexicanas pero no domina el español, recibió críticas por su acento y por la falta de matices en su actuación.
Aunque su elección responde más a estrategias de marketing que a un criterio artístico, su desempeño ha sido calificado como incómodo, especialmente en los diálogos y números musicales.
Por otro lado, la caracterización de Emilia Pérez, interpretada por Gascón, no está exenta de problemas. Aunque la actriz trans aporta un nivel de autenticidad al personaje, el guion recurre a estereotipos simplistas: la transición de género se presenta como una especie de redención automática para un hombre violento y despiadado, perpetuando prejuicios en lugar de explorar las complejidades de la identidad trans con mayor profundidad.
Uno de los pocos aspectos rescatables de Emilia Pérez es que la inclusión ya no se siente como algo excepcional, sino como parte del panorama actual del cine. Que una actriz trans protagonice una cinta reconocida globalmente no debería ser noticia; esto es un avance que refleja cambios importantes en la industria.
Sin embargo, tengo dudas sobre si este acierto compensa los problemas narrativos de la película y el vacío en su tratamiento de las problemáticas sociales que afectan a México.
El debate sobre Emilia Pérez no gira en torno a la inclusión, sino a la falta de sensibilidad y profundidad con que se abordaron las tragedias de violencia y desapariciones forzadas.
En un país donde estas problemáticas son una herida abierta, la cinta se percibe como un intento fallido de contar una historia sin el contexto ni la conexión necesarios.
No me queda duda de que Emilia Pérez no es solo un musical sobre un capo en transición; es un espejo que refleja las tensiones entre una industria globalizada y una audiencia que exige autenticidad.
¿Hasta qué punto el cine puede apropiarse de historias ajenas sin caer en el exotismo o la trivialidad? ¿Y qué dice de nosotros que celebremos más la representación que el contenido?
El éxito de Emilia Pérez no está en duda. Pero, ¿es un éxito que deberíamos aplaudir sin reservas?