La tensión en la relación bilateral vuelve a escalar. Desde la Oficina Oval, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, firmó una orden ejecutiva que clasifica al fentanilo como “arma de destrucción masiva”, una denominación reservada históricamente para amenazas bélicas y terroristas, no para sustancias ilícitas.
La firma se realizó durante la ceremonia de entrega de la Mexican Border Defense Medal, escenario que Trump aprovechó para enviar un mensaje político contundente: el combate al fentanilo será tratado como un asunto de seguridad nacional y como prioridad absoluta en la frontera con México.
El anuncio no es menor. Al elevar el fentanilo a esta categoría, Estados Unidos abre la puerta a medidas más agresivas, tanto en su política interna como en su relación con países vecinos, especialmente México, señalado de manera recurrente como ruta clave en el tráfico de esta droga sintética.
Trump sostuvo que el fentanilo es responsable de miles de muertes por sobredosis cada año, y justificó la decisión como una acción necesaria para “defender a la nación”, endureciendo el discurso y colocando el tema en un nivel comparable al de amenazas militares.
Analistas advierten que esta clasificación podría traducirse en mayor presión diplomática, controles fronterizos más severos, sanciones y cambios drásticos en la cooperación binacional, con impactos directos en comercio, migración y seguridad. Para México, el mensaje es claro: vienen tiempos de mayor exigencia y posible confrontación.
La medida marca un giro radical en el enfoque antidrogas de Washington y enciende las alarmas sobre lo que podría convertirse en un nuevo capítulo de tensión regional, con consecuencias aún difíciles de dimensionar.

