Por: Ernesto González Valdés
Cuando leo lo que escribo y lo comparto en un medio escrito o digital (como pueden ser las redes) los que más aceptación suelen tener son aquellos donde abordo experiencias personales que promueven fundamentalmente un valor con el complemento de reflexión.
Hecho que también se evidencia en las diferentes plataformas cuando especialistas en diversas ramas como coaching[1] mediante frases que te permiten vincular a una experiencia propia vivida, e inclusive un reto con un respaldo de aliento y positivismo.
¿Acaso esta aceptación, nos conlleva a auto considerar, que se requieren de la búsqueda constante de como ser cada día mejor emocional y sentimentalmente, cuando una vez fue responsabilidad de nuestros padres -porque crecimos-, y de los docentes cuya atención en el plano de valores suelen verse mermados en la medida que nos vamos trasladando de la enseñanza media, media superior y universitario?
Hay quienes pudieran considerar que cuando nuestros jóvenes con el pasar de los años, su formación depende de ellos/as exclusivamente de una ¿madurez que se consolida?, sobre la base del ensayo-error, hecho que entran en contradicción con lo que les relataba al comienzo en los dos primeros párrafos.
Por supuesto, en las redes, no están todos, ni todo debe girar a la información que pulula en un mundo que nos hace pensar que todo está al revés (guerras, exclusión, violencia, etc.) donde al parecer «siempre gana el mal sobre el bien»
Una computadora, una tableta, un celular, cualquier medio, no nos puede proporcionar un abrazo cálido presencial -sincrónico en el ámbito educacional-, (muy lejos del virtual), hecho que por el momento no lo garantiza el metaverso[2] como realidad alternativa, ni tampoco la inteligencia artificial[3].
Cambiar conductas, comportamientos, constituye un proceso, el cual nos trasciende a la velocidad que quisiéramos sobre todo a los que “jugamos” el rol de padre-madre-docente, porque se requiere la inclusión de sentimientos, de dar amor, de provocar una sonrisa en el momento que tu hijo/a, estudiante, tú compañero/a de trabajo lo requiere, más cuando “se tropieza”, para que en ese mismo instante, le escuches, le comprendas, le brindes tu mano, para que se levante, y que le abras una “nueva puerta”, en aras de formar a una persona de bien.
En el caso particular para aquellos que ejercemos la docencia[4], resulta tangible, que son muchas, muchas las ocasiones en que parte de nuestro tiempo extra clase, lo dedicamos a atender a los problemas de nuestros estudiantes -aquellos que cada día vemos sentados y participando, delante en el aula de clase y porque no frente a la pantalla de nuestra computadora.
Los que somos docentes no estamos programados, para trasladar automáticamente mediante alguna aplicación nuestras emociones; las mejores, que son las que impactan en quién las recibe.
Atender a nuestros pupilos es un compromiso emocional, lo cual nos daría el valor agregado, que ellos sean felices al menos en los ratos cortos que dura una clase.
[1] Personas que poseen habilidades de comunicación y de liderazgos cuya relación profesional continuada fomentando el autoconocimiento y el contacto de la persona con su entorno.
[2] Mundo virtual, al que te conectas utilizando una serie de dispositivos que te hará pensar que realmente estas dentro de él, interactuando con todos sus elementos.
[3] Su principal objetivo es la réplica de los procesos cognitivos en máquinas
[4] No queda duda que otras profesiones la llevan a cabo como son los médicos