La Duda
Alejandro Álvarez Manilla
No me queda la menor duda de que el reciente proceso de elección interna del PAN fue una puesta en escena cuidadosamente diseñada, con un guion cuyo desenlace ya se conocía.
Este fin de semana, el partido celebró la renovación de su dirigencia, con solo dos contendientes: Adriana Dávila y Jorge Romero, el favorito del saliente presidente Marko Cortés. ¿De qué sirvió la elección si ya estaba claro que la batuta la tomaría Romero, ex líder del PAN en la Cámara de Diputados, quien llega como una promesa de renovación pero arrastra sombras del pasado?
En su primer discurso como líder electo, Romero se mostró exultante, lanzando promesas de transformación. Dijo que va a convertir al PAN en una verdadera oposición al gobierno de la Cuarta Transformación y que buscará unificar a su militancia.
Incluso prometió “reconstruir un nuevo PAN”. Pero tengo mis dudas. ¿Cómo puede alguien que ha sido pieza clave de los mecanismos del viejo PAN convertirse ahora en el artífice de una transformación auténtica?
La promesa de Romero parece vacía, especialmente cuando recordamos que, como anticipé aquí hace semanas, el gobierno federal guarda en el tintero un caso explosivo: el llamado “Cártel Inmobiliario”.
El escándalo del Cártel Inmobiliario no es un secreto. En la Ciudad de México, este término ha llegado a significar una red de corrupción que involucra a funcionarios y políticos en un esquema de desarrollo inmobiliario fuera de la ley, con denuncias de permisos fraudulentos, cambios de uso de suelo y favoritismos en zonas de alta plusvalía.
Jorge Romero, ex delegado de Benito Juárez, ha sido señalado en múltiples investigaciones como una de las figuras que facilitó estos esquemas durante su gestión, permitiendo que desarrolladores inmobiliarios actuaran con impunidad en uno de los negocios más lucrativos de la capital.
Este caso no es una anécdota. Ha dejado un rastro de denuncias y reclamos ciudadanos en una de las alcaldías más ricas del país, donde vecinos y asociaciones civiles han acusado la destrucción de zonas habitacionales y el colapso de servicios básicos.
Pero hasta ahora, Romero ha evadido las consecuencias legales. ¿Cuánto tiempo más podrá mantenerse al margen del escrutinio que el gobierno federal parece dispuesto a llevar hasta las últimas consecuencias?
Ayer , a horas después de que Romero hablara de su disposición para dialogar con el gobierno, la presidenta Claudia Sheinbaum fue tajante: “No hablo con corruptos”. No me queda duda de que el gobierno no ve a Romero como el líder renovador que él dice ser, sino como una figura atada a un pasado de corrupción y escándalos que el país difícilmente olvida.
Tengo la menor duda de que el PAN bajo la dirección de Jorge Romero pueda realmente transformarse en la oposición que el país necesita. En vez de consolidarse como un contrapeso serio frente al proyecto de la Cuarta Transformación, el PAN parece atrapado en sus mismas caras y prácticas de siempre.
La llegada de Romero refuerza la percepción de que el partido sigue siendo un refugio de viejos intereses que priorizan sus propios beneficios sobre las necesidades de México.
Para el PAN, la verdadera pregunta no es si puede unificarse bajo una “nueva” dirección, sino si puede trascender los vicios que arrastra. Y aunque Romero prometa cambio, hay algo que él no puede borrar: el historial del que forma parte.
Los fantasmas del Cártel Inmobiliario están más vivos que nunca, y no me queda la menor duda de que el gobierno parece listo para recordárselo a cada paso.