Por: Ernesto González Valdés
Todos queremos vivir muchos años, pero nadie quiere ser viejo. Existe un desconocimiento casi intencionado de lo que significa el envejecimiento que contribuye a aislar y olvidar una etapa larga e importante en nuestra vida hasta el momento inevitable.
Tradicionalmente, esta etapa o se ha excluido del mundo de las actividades físicas, o se la ha tratado como edad con pocas posibilidades de afrontar nuevos aprendizajes. La literatura, el internet, los anuncios televisivos que atiborran las pantallas, prometiendo que con un solo frasco de cualquier bálsamo o crema usted bajará de peso en un cerrar de ojos, recuperando su “cinturita de avispa”, o quitando las arrugas, entiéndase “patas de gallina”, logrando con ello parecer más “joven” constituye una señal, que este tema es cada día se hace más sensible, preocupantes para muchas y muchos debido al envejecimiento progresivo de nuestras sociedades.
Aunque cada persona afronta la vejez de forma distinta, la herencia educativa y el estigma social, en la mayoría de los casos, no deja al anciano descubrirse a sí mismo como persona.
Aunque la sociedad está cambiando, todavía es fácil encontrarnos con personas que no luchan por conocer sus posibilidades. No podemos permitir que el anciano se convierta en aquello que se espera de él. Pueden disfrutar de sus ventajas y salvar sus inconvenientes.
Aunque no se debe generalizar o establecer categorías en torno a la personalidad del anciano, podemos referirnos a diferentes formas de acceder a la vejez: El anciano no asume su condición: en este caso y debido principalmente a las connotaciones sociales, la persona de edad no percibe nada positivo en su vida. Su sensación es la de haber perdido todas sus posibilidades, tiende a estar malhumorado, a quejarse continuamente y a aislarse de sus compañeros o de las personas que le rodean.
Una segunda: El anciano acepta su condición, pero de forma pasiva, como un hecho irremediable por el que “hay que pasar”. Bajo esta perspectiva solemos encontrarnos al anciano que acepta aquello que se le propone, pero sin mostrar mayor o menor interés. No da problemas, pero tampoco alegrías. Finalmente, el anciano acepta totalmente esta etapa de su vida. Suelen mostrarse activos y participativos.
El hecho de llegar a viejos no supone para estas personas un cambio drástico en su estilo de vida, sus gustos o aficiones acostumbran a luchar por mantenerlos o incluso por aprender otros nuevos. No parece que estemos educados para aceptar la nueva vejez que se está constituyendo, una vejez en la cual es posible encontrar las mismas o distintas motivaciones de actuación y de sentimientos como en cualquier otro estadio de la vida.
Se hace necesario un cambio radical que debe comenzar, evidentemente, por un giro en la educación de nuestros hijos, e inclusive con su pareja como parte de un “refugio de años y a la vez inexpugnable” para que, una vez llegada, optemos por las nuevas alternativas que se presentan y disfrutemos de nuestro tiempo de ocio, a la par que nos interesemos por todo aquello que siempre quisimos, pero para lo que no tuvimos tiempo. No se trata de añadir años a la vida, sino vida a los años.