jueves, octubre 17, 2024

Actrices y actores que pasan a un primer plano nuevamente.

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Por: Ernesto González Valdés

Es muy común por parte de pedagogos – personas que se dedican a la investigación y reflexión de las teorías educativas en todas las etapas de la vida del ser humano – cuando se refieren al proceso de enseñanza aprendizaje en cuanto a la relación estudiante – docente.

Sin embargo a pesar de no resultar tan explícito sería un grave error omitir el rol de los padres y madres que se ocupan de la educación de sus hijos e hijas a partir de le bienvenida a la vida; si bien es cierto que los alumnos desde muy pequeñines se relacionan con el cuido de la “seño”-apócope de señorita – en la guardería (también pre kínder, kindergarten, parvulario o jardín de infancia) donde pueden estar entre 4 y 8 horas diarias, el resto del día en casa, donde prácticamente se le da de alimentar y a dormir.

Si bien desde el período conocido como infancia los padres juegan desde ya un rol muy activo en la educación (valores, buenos hábitos, disciplina), éste suele un tanto “debilitarse” en la medida que los niños/as crecen, suelen comprometerse menos con la institución educativa.

Posiblemente asistan con mayor frecuencia a las reuniones de padres en primaria, primeros 3 años de secundaria o finales del bachillerato, pero ya en el nivel universitario es como si cortasen el “cordón umbilical núcleo familiar – escuela” cediendo por (casi) completo la educación a los profesores, no extrañando que, al regreso de los padres del trabajo, éstos pregunten al hijo “¿…y cómo te fue en la universidad?”. ¿Respuesta? “bien” y ¡ya!

Con la llegada de la pandemia y la interrupción de clases en modo presencial a remota o mal llamada virtual, la vida de los humanos cambió y las instituciones educativas trasladaron la batuta – acción que se realiza por parte de los competidores de pista, en la carrera de relevo, donde se pasa la varilla o batuta – a los padres prácticamente de golpe.

El remedio inicial fue enviar instructivos vía correo – donde le orientaban que hacer para acompañar al alumno/a – donde no necesariamente en casa, ni contaban con los recursos necesarios (internet, computadora, en caso extremos un celular de gama baja, espacio físico) – , ni los conocimientos básicos mínimos de las diferentes asignaturas.

Ante este caos real, tangible, no quedó otra que tratar de dar respuesta en la medida de las posibilidades: hacer de tripas corazón y adquirir a crédito una tableta y conexión a internet; crear ambientes parecidos al colegio (compra de mobiliarios), incluyendo la merienda o refrigerio; contestar los padres las tareas a los pequeñines y tratar de explicarles y en algunos casos pagándoles a tutores o recurriendo a amigos con un nivel de escolaridad superior.

Sentarse junto al estudiante, para juntos, por una parte, obligarlo a atender a clases y por otra parte apoyarlos; en el mejor de los casos descargando de “la nube” los materiales de apoyo o complementarios. Un factor – diría que forma parte de la novela negra, término empleado por los escritores de este género, cuando el ambiente o entorno se considera oscuro en el momento que transcurre- “positivo” fue que muchos de los padres o madres habían sido despedidos de sus centros de trabajo y podían jugar el rol de docente asistente o seño.

 

El hecho o situación compleja que vive nuestro planeta, retomó y realzó el rol de los padres y madres en su compromiso con la educación de sus hijos, poniendo en evidencia una vez más el difícil papel y a la vez responsabilidad de los profesores.

Un adecuado sistema educativo implica una relación fluida, sólida y armónica con los padres. Al menos el COVID – 19, nos enseñó esto.

 

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