Por Alejandro Álvarez Manilla
Este 15 de septiembre será distinto. No me queda duda de que el primer Grito de Independencia encabezado por una mujer marcará un antes y un después en nuestra historia. La Dra. Claudia Sheinbaum, presidenta de México, se asomará al balcón central de Palacio Nacional y enarbolará la bandera ante miles en el Zócalo y millones a través de las pantallas. Su sola presencia ya es símbolo, ya es historia, ya es un acto de ruptura con más de dos siglos de voces masculinas dominando el ritual cívico más importante del país.
Pero tengo la duda de si la presidenta aprovechará esa tribuna para ir más allá. Porque no basta con que sea ella, no basta con que su voz sea femenina. El desafío está en el contenido del grito, en las palabras que elegirá, en los nombres que se atreverá a recordar.
La tradición dicta un listado casi inamovible: Hidalgo, Morelos, Allende, Guerrero. Y sí, son fundamentales. Pero no tengo la menor duda de que la historia de México sería incompleta si seguimos olvidando a las mujeres que también pusieron cuerpo, palabra y vida en la construcción de esta nación.
Ahí está Carmen Serdán, que en Puebla no solo conspiró contra el porfirismo, sino que luchó con armas en mano el 18 de noviembre de 1910, convirtiéndose en una de las primeras mujeres en alzarse abiertamente por la Revolución. Ahí está Rosario Castellanos, cuya pluma se volvió conciencia de un país que se negaba a escuchar a los pueblos indígenas y a las mujeres, y que con su voz abrió camino en la literatura y en la diplomacia.
Ahí está Margarita Massa de Juárez, que acompañó a Benito en el exilio, en la pobreza y en la adversidad, sosteniendo no solo a su familia sino también la convicción de que la República debía sobrevivir.
Y ahí está Sara Pérez, que defendió el legado democrático de Madero aun después de su asesinato, pagando el precio de la persecución y el olvido.
No me queda duda de que mencionarlas sería un acto de justicia histórica. Durante más de dos siglos, el relato oficial ha privilegiado a los héroes y relegado a las heroínas al pie de página. Reconocerlas en el momento más simbólico del calendario cívico no sería un gesto vacío, sino una manera de reescribir la memoria pública de México.
Mi duda sería de si la presidenta querrá alterar el guion tradicional del Grito. El riesgo político existe: habrá quienes acusen de revisionismo, de forzar la historia o de usar el balcón para agendas actuales.
Pero también hay que decirlo, de que es precisamente esa la esencia de la historia, revisarse, completarse, abrir espacio a quienes fueron ignoradas.
Porque el presente mexicano está marcado por las mujeres. Están en las calles, en los movimientos sociales, en la academia, en el arte, en la vida comunitaria y en la política.
Son mayoría en las universidades, sostén en las familias, motor en las economías locales y protagonistas de una agenda de derechos que ya no se puede callar. ¿Qué mayor coherencia que la primera presidenta de México las nombre en el momento cumbre de la liturgia cívica nacional?
Estos sería un mensaje poderoso: la Independencia, la Reforma y la Revolución también se escribieron con nombre de mujer. Y que hoy, en el 2025, la presidencia también se ejerce con voz femenina.
Tengo la duda de si la presidenta está dispuesta a tomar esa bandera simbólica, consciente de que su gobierno carga ya con el peso de ser el primero encabezado por una mujer.
Cada palabra suya en este Grito será escrutada, repetida, reinterpretada. Pero no tengo la menor duda de que, si se atreve a gritar por ellas, ese gesto trascenderá a la coyuntura.
Será recordado como un momento que corrigió la historia desde el balcón principal de Palacio Nacional.
Porque la historia no solo se escribe con lo que se hace, sino también con lo que se dice en los momentos clave. Este 15 de septiembre, la presidenta tiene en sus manos la oportunidad de que las campanas de Dolores resuenen distinto: con un eco que reconozca a las mujeres que ya estaban ahí, que ya luchaban, que ya soñaban con un México distinto, aunque nadie las nombrara.
Y no me queda duda: si Claudia Sheinbaum las recuerda, ese grito será el más auténticamente transformador de los últimos tiempos.