Durango, Dgo
Durango amaneció hoy con discursos oficiales por el Día Internacional de las Personas con Discapacidad, pero quienes viven con alguna condición física, sensorial o intelectual saben que la realidad no cambia con un acto protocolario. La ciudad sigue siendo un territorio difícil de caminar, de transitar y, sobre todo, de vivir con dignidad cuando la inclusión se queda solo en la intención.
En diversos puntos de la capital, los cajones azules que deberían facilitar la vida a personas con movilidad reducida siguen siendo tomados por automovilistas sin escrúpulos. “Es un instante”, “nomás bajé rápido”, “aquí no estorbo”, son frases que justifican el atropello cotidiano. Para quienes sí los necesitan, ese “instante” significa calles más peligrosas y recorridos más largos y pesados.
Las rampas continúan siendo un símbolo de improvisación: algunas demasiado inclinadas, otras obstruidas por postes, bancas, árboles o incluso por obras mal planeadas. En colonias enteras, las banquetas están tan deterioradas que una silla de ruedas simplemente no puede avanzar sin ayuda. La accesibilidad, en muchos casos, se limita a los alrededores del Centro Histórico; afuera, la infraestructura sigue detenida en otra época.
En empleo, mejor ni hablamos
Uno de los reclamos más constantes de la comunidad con discapacidad en Durango es el acceso al trabajo. No porque falten perfiles profesionales, sino porque sobran prejuicios. Aún hay empresas que ven la contratación de una persona con discapacidad como un riesgo, un gasto o un trámite engorroso.
La realidad es que las oportunidades siguen siendo mínimas. Decenas de jóvenes capacitados relatan cómo las entrevistas terminan en promesas que jamás se cumplen o en filtros que los descartan sin explicar por qué. La inclusión laboral se menciona en foros y paneles, pero pocas veces se traduce en vacantes reales, adaptaciones en los espacios laborales o capacitación para eliminar prácticas discriminatorias.
Inclusión que no se enseña y un lenguaje que casi nadie domina
Las familias insisten en un punto: no basta con rampas; se necesita una cultura que entienda la discapacidad. En oficinas públicas, escuelas y hospitales persiste una enorme brecha: falta personal que domine Lengua de Señas Mexicana, falta material accesible, faltan avisos en formatos adecuados para personas con discapacidad visual o intelectual.
Tampoco existe un transporte urbano verdaderamente accesible. Subir, bajar o simplemente pedir apoyo suele convertirse en una batalla diaria. En eventos oficiales, rara vez se contemplan intérpretes, subtítulos o apoyos visuales. La inclusión no se improvisa, se planea desde el inicio… y en Durango todavía se planifica para “los de siempre”.
Este 3 de diciembre no se trata de felicitar ni de lamentar; se trata de reconocer que Durango va tarde en su compromiso con las personas con discapacidad. Años tarde.
La ciudad necesita un viraje profundo: obras pensadas desde el diseño universal, empleos que respeten capacidades, un transporte que no excluya, servidores públicos formados y una ciudadanía consciente de que ocupar un cajón azul no es “un ratito”, sino vulnerar un derecho.

