
La geopolítica arrojó a México al centro del mundo durante el siglo XX por el acomodo de poderes entre las dos principales potencias que a lo largo de varias décadas se disputaron el mundo: la Unión Soviética y Estados Unidos.
El 30 de diciembre de 1922, apenas media década después del triunfo de la Revolución bolchevique que puso fin al zarismo en Rusia, se fundó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), un Estado federado que, además de conjuntar a varias naciones, buscaba expendir el programa marxista leninista de emancipación de la clase obrera por el mundo.
En tanto, desde la consolidación de su independencia en 1776, Estados Unidos inició un proyecto expansionista de costa a costa en el norte del continente americano, con una influencia que fue en aumento y que alcanzó una cúspide tras la derrota de la amenaza nazi en 1945, que dio lugar a un fenómeno identificado como la Guerra Fría: la disputa de una capacidad de influencia planetaria desde Moscú o Washington.
Entre estos dos polos, por sus más de 3.000 kilómetros de frontera con uno y su cercanía ideológica, política, cultural y artística con otro, México jugó un papel de cruce donde se vio influenciado de manera compleja por ambos actores.
Sputnik conversó con el historiador mexicano Harim Gutiérrez para desgranar algunos de los principales momentos de la influencia y el tenso intercambio entre la Ciudad de México y Moscú a lo largo del siglo XX.
Un México de gobiernos “sovietizantes”
El país latinoamericano fue uno de los primeros del mundo en reconocer al Gobierno soviético, tras el surgimiento del Estado federalista a finales de 1922, recuerda el profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana campus Xochimilco (UAM-X).
México reconoció a la URSS en 1924, cuando era presidente el general Álvaro Obregón. “Y la relación fue sobresaliente porque la Unión Soviética mandó como embajadora a México a Alexandra Kollontai, a una comunista muy destacada y que además fue una de las primeras mujeres en el mundo que tuvo el rango de embajadora”, mencionó.
Durante la década de 1920, la relación entre la Ciudad de México y Moscú se condujo en muy buenos términos, lo que provocó una preocupación a los vecinos estadounidenses, que en esa y la siguiente década calificaron a los Gobiernos mexicanos de orientación nacionalista como “sovietizantes”. Fue el caso de los presidentes Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas, puntualiza.
En las primeras dos décadas de vida de la URSS, la derecha mexicana antirrevolucionaria, en coordinación con los intereses estadounidenses, pintaba al país latinoamericano como “una especie de cabeza de puente soviético en América Latina” para acusar un exceso de influencia de Moscú en los asuntos mexicanos.
Y para más complicación de la experiencia mexicana, si bien las relaciones diplomáticas entre la URSS y México eran buenas, “paradójicamente, en el ámbito interno el Partido Comunista Mexicano (PCM) era perseguido“, describe Gutiérrez. Si bien la organización política no fue formalmente prohibida, “el Gobierno mexicano no quería que los comunistas tomaran el poder y sufrieron una represión constante, (el PCM) sufrió el acoso constante del régimen de la revolución, que no quería compartir el poder ni con la oposición de derecha ni con la oposición de izquierda”.
Así, a México lo atravesaba una paradoja, pues por un lado Washington y la derecha mexicana acusaban al Gobierno del país latinoamericano de ser prosoviético y por el otro las organizaciones de izquierda que explícitamente seguían los lineamientos ideológicos de Moscú sufrían el arrinconamiento de las autoridades mexicanas.