Hoy vivimos algo que nos conmovió profundamente.
Nos preguntó, casi con timidez, si no teníamos un pedazo de pizza que nos hubiera sobrado…
“Es para mi hijo”, dijo.
En nuestra pizzería las pizzas se preparan al momento, conforme se piden. Pero no lo pensamos dos veces.
Ese padre, con el corazón en la mano, solo quería darle algo a su hijo.
Un pequeño gesto que, para él, significaba el mundo.
Nos contó que es jardinero, que su esposa enfermó y que, en un intento por salvarla, tuvo que empeñar sus herramientas de trabajo para comprar sus medicamentos.
Lo poco que tenía, lo dio todo por ella.
Y aún así, ahí estaba, buscando cómo llevarle una sonrisa a su hijo.
Ese niño, nos dijo, no dejaba de sonreír, a pesar de no tener casi nada.
Y él… él era un padre valiente. Un padre que, sin vergüenza, sin orgullo, se aferraba al amor.
Lo miramos y solo le dijimos:
“Alguien dejó pagada una pizza para quien la necesitara.”
Él sonrió con los ojos llenos de gratitud y dijo:
“Gracias a Dios que me trajo hasta aquí.”
Lo demás… sinceramente, está de más.

