Por: Ernesto González Valdés
En la parte I del presente artículo hicimos referencia a la dificultad – una de las tantas – que ocasiona la lectura en la pantalla (formato) de un celular, cuando estamos acostumbrados (espero que no se pierda el hábito) a recibir la información mayormente a través de libros de textos, medios de comunicación escritos y los inconvenientes que puede ocasionar en nuestra visión, tras una reducción drástica del celular (46.76 %, con relación a la hoja de nuestro cuaderno o libro de texto)
Para los que leemos solemos – estando en una biblioteca, oficina – aprovechar la luz solar preferentemente que esté ubicada a nuestra espalda, y colocando el material de lectura a una distancia tal que podamos visualizar satisfactoriamente; sin embargo, en el caso del uso de un celular, por la dimensión de la pantalla, solemos acercar el dispositivo a nuestro rostro, prácticamente descartando la luz solar o artificial y limitándonos a la luz azul que emana el dispositivo. Y cito un ejemplo: ¿En alguna ocasión ya estando acostado, y para no molestar a su pareja, visualiza usted el celular sin encender una lámpara?
Investigaciones médicas realizadas, plantean que la luz azul (también emanada por las tabletas y computadoras), no puede ser bloqueada ni reflejada por la córnea, ni el cristalino y por ende puede dañar la retina del ojo, además provoca resequedad en el ojo debido a la reducción del parpadeo y dificulta el enfoque a distintas distancias con visión borrosa y miopía temporal, que se desarrolla por tensión en los músculos oculares. Otra parte del cuerpo afectada – por el uso prolongado de los dispositivos – son los tendones de las muñecas, los cuales se inflaman.
Otra incomodidad – de la “pequeña pantalla” – lo es que para leer, se requiere de ampliar la imagen, girando el celular para tratar de ver ¿mejor? y a ello sumarle con el uso de los dedos agrandar el párrafo, el cuadro, el gráfico en los diferentes sentidos (arriba, abajo, izquierda, derecha) todos ellos que a la larga se convierten en distractores y que el lector rechaza y que con cierta dificultad podrá concentrarse lo suficiente, para alcanzar un resultado óptimo en su aprendizaje, hecho que se dificulta aún más si el docente orienta la toma de notas o resolución de ejercicios.
Otros elementos disociadores del celular en clase, resulta la entrada de mensajes “en medio de la nada” (fotos, correos, etc.) que interrumpe de un plumazo la atención del estudiante.
¿Paliativos? El uso de recursos tecnológico de “diagonales mayores” que permitan un menor esfuerzo para la lectura (te recuerdo que la hoja tamaño carta, su diagonal es de 13.9 pulgadas) por ejemplo las computadoras que pueden llegar a 15.6 pulgadas a menos la más común y que resulta obvio la mejora.
Lo anterior nos conlleva a pensar en posibles soluciones – ya que a la tecnología hay que saberla usar, lo positivo y lo negativo de la misma – y en el caso que nos ocupa (el celular) para aspectos puntuales: notificaciones del docente sobre resultados, lecturas de corta duración, imágenes sobre la cual reflexionar, no siendo siempre el medio idóneo para la interacción docente – estudiante.
Contradecir los avances tecnológicos, no es posible. Pero sí, cuando el docente (magno esfuerzo) logra controlarlas y las usa en beneficio de la comprensión, aplicación de una forma gradual por parte del estudiante.