Por: Ernesto González Valdés
Comienzo mi artículo, cuyo título pudiera resultar alarmante – como cualquier medio digital o impreso, redes sociales – ¿con el propósito de llamar la atención? Aquí tengo dudas realmente, a diferencia que en mi caso trataré de darle un sentido educativo, y que no sea inculcar el miedo o temor a la sociedad, al contrario (creo)
Utilizaré para ello la frase siguiente[1]: “Yo no diría que lo resolví de manera brillante, lo único que hice fue seguir un razonamiento analizando todas las pistas. Observar y razonar son dos constantes en mi vida que no puedo dejar, querido Watson”
Obviamente no pretendo ser un detective, pero pensándolo bien, ¿tendremos los(as) docentes algún gen detectivesco, ante las conductas inadecuadas en modo sospecha de nuestros estudiantes?, pero para evitar desviarme, voy con la anécdota (25 % de ficción – 75 % de experiencia real)
Observa – el docente – el celular con un mensaje vía WhatsApp de un no contacto:
- “Buenas tardes profesor, me llamo … “
- “Me recomendó …”, “para que le consultara para ver si usted me podría resolver 3 ejercicios de la asignatura…”
- “Los necesito para hoy en la noche, ¿me puede decir el costo?”
- “Yo, le transferiría el monto vía banco…”
¡Realmente no podría creerlo!, pero voy … al razonamiento de las pistas. Una persona que me escribe a partir de una recomendación – este último deberá ser estudiante mío, posiblemente; – sabe que imparto esa asignatura, donde tiene dudas -. Esto es lo que observo, ¿y qué razono?
- No conoce los valores del docente, se arriesga.
- Si lo solicita, no es la primera vez que lo hace.
- Otros docentes probablemente han cedido.
- Considera que el dinero lo puede todo.
- ¿Sabrán sus padres o tutores lo que hace?
- ¿Se dará cuenta el profesor que recibe las tareas, del plagio?
- ¿Sabrá el estudiante que le brindó el contacto, para qué era?
- …
Para las personas que me acompañan en este momento si ejercen docencia, no dudo que tengan anécdotas o experiencias peores -; si son padres no queda duda que están ajenos al comportamiento de su hijo(a); la institución debería analizar este tipo de problemática, la que pudiera extenderse, y no solo me refiero a lo particular del hecho en sí, sino a una red posible “oscura” que funciona y daña no solo la imagen del centro a través de su credibilidad de algunos(as) de sus estudiantes, además de algunos(as) de sus docentes.
¿Realmente este ejemplo, lo abordan los docentes, para tratar de contrarrestar estos antivalores?, ¿Lo “atacan” las instituciones, a pesar de ser una necesidad actual, bajo la modalidad TIC? (a pesar de que el fraude ha sido siempre una actividad latente, desgraciadamente), por ejemplo, reunir a los estudiantes por sesiones, turnos (u otras vías) y conversar de ello.
Y, ¿por cierto cuál fue la respuesta del docente? “Lo siento, no puedo ayudarle” ¡Bendiciones!
Nota: se me olvidó una pista que observé: en un segundo mensaje, había borrado el (la) estudiante todos los mensajes, ¿razonamiento?, ¿se dio cuenta de su error?; otra pista: allí, ¡estaba su teléfono!
[1] Frase de Sherlock Holmes – detective privado de ficción creado en 1887 por el escritor británico Arthur Conan Doyle, XIX) – que le dice a su ayudante Watson.